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Hace ya tiempo, las paredes del mítico café Sanber del barrio de Villa Crespo -San Bernardo para algunos, segunda casa para otros-, se convirtieron en mucho más que una mezcla entre cal y cemento.
En reiteradas oportunidades, una mesa de mujeres rubias, delgadas y con sonrisas de brackets puestos antes de ayer combinan sus atuendos, diálogos y visiones con señores de boina, juegos de mesa y bastones variados.
Felipe Armeño de 60 años de edad, tuvo que adecuarse a esta nueva modalidad de generaciones en el establecimiento. Caminando por Sanber, cerca de las mesas de juegos, casi parece escondida una pared.
Bandas de rock, cumpleaños, y "a Santiago Maldonado lo mató el Estado" son algunos de los descargos que da a conocer la clientela durante las horas que pasan allí dentro.
Dicho espacio fue el resultado de un sin fin de pensamientos de cada persona que, a la hora de habituarse en este sitio eligió dejar su marca.
La municipalidad le prohíbe a los dueños, por sus normas, los "Rafa te amo x siempre" que leemos a diario. Pareciera que no quieren ni al amor, ni a los dibujos de huevos fritos, al final no quieren a nadie. Felipe, burla la seguridad y siente que tiene con qué. Lleva 27 años trabajando dentro del café. Inició como lava platos, prosiguió como mozo y hoy atiende la caja. "Cualquier cosa que te puedas imaginar yo la hago" es su frase de cabecera.
Así en caran la vida diaria del del Sanber, aceptando que una fracción del espacio fue tomada prestada, casi como por obligación, por Mateo, de 5 con su pelota que rebota de mesa en mesa, por la colorada llena de aros que siempre juega al pool en la tercer mesa y por la vieja excesivamente arreglada que busca aparentar unos 45 pero más de uno está al tanto de que no los tiene. Ninguno de los más de 20 hombres, incluyendo a Felipe, que trabajan dentro se esperaba tal repercusión ante un espacio tan apartado. Tampoco imaginaron que serían ellos quienes creerían en los cuentos que tienen sus clientes para contar, pero hasta llegaron a asumir que no sería lo mismo sin la seguridad de que ahí se escupen verdades.
"Total, ponele que yo voy mañana y lo pongo. Seguro vienen esos del pool y la generala con el pibito de las cadenas a contarme que son fanáticos de megadeth, mientras la tenes a la nena dibujando un arcoíris y a la madre pidiéndole que se coma la pizza de una buena vez", concluye Felipe.
Será, entonces, que la revolución de las mentes logra endulzar el oído hasta de los más mayores y meticulosos, permitiéndoles así también a ellos dejarse llevar por la vorágine del mundo real.

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